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Cuando la salud mental se tambalea, las palabras pueden ser abrigo o espina



03
Nov

Palabras que acompañan

En esos momentos frágiles, lo que decimos puede marcar la diferencia en la vida de alguien que padece una enfermedad mental. En ocasiones, una sola frase puede convertirse en alivio, y otras, sin que lo notemos, en un peso adicional para quien ya carga demasiado.

Muchas veces repetimos expresiones como “échale ganas” con la intención de animar. Son frases comunes, fáciles de decir, que parecen ofrecer esperanza. Sin embargo, para alguien que atraviesa depresión, ansiedad, trastorno bipolar u otro problema de salud mental, esas palabras pueden sentirse como una herida. Le recuerdan, de manera indirecta, que no está cumpliendo con una expectativa social: la de estar bien a toda costa, la de “poner de su parte”.

Lo que más necesita una persona en esos momentos no es motivación vacía, sino comprensión, paciencia y compañía. No se trata de forzar una sonrisa ni de fingir fortaleza. Se trata de hacerle sentir que no está sola en medio de la tormenta.

El peso de las palabras

Hablar de salud mental no es únicamente centrarse en la persona que recibe un diagnóstico. Es también mirar hacia quienes la rodean: familia, amistades, compañeros de trabajo. Todos forman parte de una red que puede sostener o, sin querer, aumentar el sufrimiento.

Las palabras que utilizamos tienen la capacidad de abrir un puente de apoyo o levantar un muro de incomprensión. Una frase puede acercar o alejar, validar o invalidar, aliviar o lastimar.

Frases como “tú puedes” o “no te preocupes” parecen positivas, pero frecuentemente producen el efecto contrario: hacen sentir incomprendido al otro. Transmiten que todo depende de la fuerza de voluntad, como si la persona pudiera elegir dejar de sentir lo que siente.

Lo cierto es que la depresión, la ansiedad o el trastorno bipolar no son simples estados de ánimo. No son caprichos ni debilidades de carácter. Son condiciones médicas que involucran al cerebro, la química del cuerpo y el entorno social. Pretender que se superan “con ganas” es tan injusto como decirle a alguien con neumonía que respire profundo y se le pasará.

El papel de la red de apoyo

Quien atraviesa un problema de salud mental suele sentirse solo, incomprendido o avergonzado. Por eso, la red de apoyo cumple un papel fundamental.
Acompañar no significa resolver todo. Se trata de estar disponibles: preguntar cómo se siente la persona, acompañarla a una cita médica, ayudar con tareas cotidianas o compartir un momento de silencio. Ese gesto de cercanía reduce el peso del aislamiento.
También ayuda comprender lo que ocurre en el cerebro. La depresión, por ejemplo, no es flojera ni falta de voluntad, sino una alteración en neurotransmisores como la serotonina y la dopamina que provoca tristeza profunda, falta de energía y dificultad para disfrutar lo que antes daba placer.
La ansiedad, por su parte, está relacionada con una activación excesiva de la “alarma interna” del cerebro. La persona se siente en peligro constante, aunque no haya una amenaza real.
Entender estos procesos, aunque sea a grandes rasgos, ayuda a disminuir prejuicios y a dejar de culpar. Cambia la mirada: de “¿por qué no se esfuerza más?” a “¿cómo puedo acompañar mejor?”.

Si eres quien lo vive

Si eres tú quien está pasando por depresión, ansiedad u otro problema emocional, recuerda algo esencial: NO ESTÁS SOLO.

Hablar de lo que sientes no te hace débil; al contrario, es un acto de valentía. Buscar ayuda profesional no es señal de fracaso, sino de cuidado personal. Del mismo modo que consultamos a un médico si tenemos fiebre o dolor, también merecemos atención cuando la mente duele.

¿Qué decir y qué no decir?

Conviene evitar expresiones como:
“Échale ganas”.
“Otros están peor”.
“Ya se te pasará”.
“Si quisieras, ya estarías bien”.

Frases como estas minimizan la experiencia, generan culpa y hacen sentir que pedir ayuda fue un error.

En cambio, existen palabras sencillas que sostienen:
“Estoy aquí contigo”.
“Lo que sientes es real y difícil”.
“No tienes que pasar por esto solo/a”.
“¿Cómo puedo ayudarte hoy?”.
“Lo que sientes importa”.


Escuchar con atención, sin interrumpir ni juzgar, puede ser más valioso que un consejo. A veces sólo basta con estar presentes.

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Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor. 

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